Hubo un tiempo, remoto, en el que el fútbol (el fútbol de los míticos Pelé, Di Stéfano, Kubala, etc.) era un fútbol fuerza, basado en la habilidad física de algunos pocos, que eran capaces de llevar un balón desde la línea de defensa, recorrerse como un atleta de los 100 metros lisos todo el terreno de juego, llegar al área contraria, regatear a varios defensas y marcar. O ese fútbol que yo practicaba en mi juventud, donde dada mi velocidad el entrenador me encomendaba la tarea de carrilero lateral (a veces derecho, otras izquierdo, porque soy ambidextro con las piernas) para luego centrar, con el consiguiente cansancio que esa estrategia comportaba (lo normal era llegar al segundo tiempo agotado). De esa época también es el fútbol espectáculo, del fútbol mimetizado en baloncesto, del jugador que en un alarde de habilidad técnica, lograba meter el balón en la red a más de 40 metros de distancia, sorprendiendo al portero contrario y llevando al éxtasis a la afición.
Sin embargo, poco a poco, esta idea del fútbol entendido de un modo tan a-sistémico, como una mezcla de la soledad del atleta y la magia de los Harlem Globetrotters, iba a cambiar con el paso de los años, a una concepción del fútbol como conjunto de tácticas y estrategias, donde aún siendo importante la preparación física y técnica, la idea del trabajo en equipo, la coordinación de esfuerzos y la inteligencia colectiva necesarias para construir una jugada comenzaban a abrirse paso tímidamente hacia mediados de los años 70’s cuando la selección nacional holandesa consiguió llegar a las dos finales del Mundial con su máximo exponente de la “Naranja mecánica” de Rinus Michels con Neeskens, Cruyff, Krol, etc. y haciendo su eclosión como cambio de paradigma en el fútbol dos décadas después, cuando equipos centroeuropeos y posteriormente españoles se apuntaron a la idea de “fútbol total”, del fútbol entendido no como una suma de componentes, una agregación de individuos más o menos brillantes individualmente considerados sino como un flujo dinámico de miembros de una “red de interacciones” de la que emerge un sistema en acción (el equipo) donde se materializa esa máxima aristotélica del pensamiento sistémico: “el todo es más que la suma de sus partes”, una concepción del fútbol que ya no bascula sobre la frágil dependencia de la “genialidad de un futbolista singular” (y por eso mismo caprichoso, egoista y chupón con el balón) sino sobre la base de un equipo, bien conjuntado, compacto, con buena forma física y psíquica pero dentro de la media, jugadores buenos pero normales, en fin, gente ordinaria que al jugar en equipo hacen cosas extraordinarias, una concepción del fútbol que venía para quedarse e instalarse con éxito en nuestro país en la última década y que nos ha permitido disfrutar de un campeonato europeo (2008) y un campeonato mundial (2010).
Por esas “sincronicidades” de la Historia, resulta que en el mismo momento histórico que irrumpía en el mundo del fútbol el paradigma de la “Naranja mecánica”, irrumpía el diseño de sistema de comunicaciones TCP/IP (Transmission Control Protoco/Internet Protocol) de la mano de Vinton Cerf y Robert Kahn que constituye el corazón de la red de redes y que nació como un proyecto del Departamento de Defensa norteamericano para comunicar miles de ordenadores aún en el contexto más catastrófico (una guerra nuclear). Para lograr esta capacidad, el modelo TCP/IP fue diseñado bajo un concepto clave que constituye su fortaleza, esto es, que ningún componente de la red podría constituir un punto de ruptura de la misma, de tal modo que TCP/IP rompía con el paradigma anterior de las comunicaciones centralizadas que constituían su mayor punto débil en caso de catástrofe (un gran host en el centro de una red en estrella por donde pasan todas las comunicaciones de un componente a otro) al pasar a otro paradigma mucho más robusto donde toda la red en su conjunto colabora en el éxito de transmitir la información entre un punto a otro, por todos los medios posibles, enrutando la información (en realidad troceando la información en fragmentos más pequeños) por vías alternativas en caso de caída de porciones completas de la red y re-componiendo la información en el nodo destino. De este modo, la inteligencia de la comunicación entre ordenadores ya no “reside” en un host fácilmente identificable y por tanto vulnerable que “fragilice” la red, sino en el propio diseño de la red, es decir, en un nivel de abstracción mucho más complejo que convierte en prácticamente invulnerable al sistema, al no hacerlo dependiente del comportamiento de un único componente crítico.
Abusando un poco del lenguaje y usando como metáfora el protocolo TCP/IP podríamos decir que el secreto de La Roja se encuentra precisamente en su capacidad para “transmitir la información” (el balón), troceándolo en fragmentos más pequeños (pases cortos y precisos), “enrutando” la información por varias vías posibles (a veces usando el doble pivote, otras el trivote, a veces construyendo juego desde los laterales, otras abriendo campo y profundidad desde las posiciones de retaguardia, etc.) para terminar “re-construyendo la información” en el nodo destino (abriendo la defensa contraria y articulando el equipo en su conjunto entorno al objetivo final -el gol- pero sin necesidad de recurrir al especialista de turno, el delantero centro, que deja de ser una figura clave en este nuevo paradigma de La Roja –cualquiera puede marcar- como lo era el host central en la concepción clásica de los sistemas de comunicaciones).
En síntesis se podría decir que la clave de todo el sistema de La Roja se encuentra en el trabajo constante de tres ideas-fuerza: la colocación (dinámica, no estática), la interacción (continua, no puntual) y las asistencias (el gol como tarea colectiva, no individual), conceptos que desde el punto de vista de las redes de comunicaciones y para terminar con esta atrevida metáfora podríamos decir que se corresponden con: topología en malla, interconexión full dúplex y sincronización permanente.
La combinación de todas estas ideas hace invencible al sistema de La Roja, donde ya no importa tanto la “genialidad de un individuo aislado” como la articulación y sincronización del conjunto, de la red… elevando al fútbol a un nivel de abstracción mucho más complejo, donde lo que está en juego -valga la redundancia- ya no son jugadores, entrenadores o selecciones sino concepciones de un mismo sistema o el cómo pensar sistémicamente el fútbol.
José Monzo Marco

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